El Libro de Némesis
En los largos años de la edad primera, Hombre y Unicornio habitaron juntos y crecieron en estatura de cuerpo y mente. Pero en lo oscuro otros seres se desplegaban y fortalecían.
De la Generación de los Dragones
El mismo día que el Unicornio hizo surgir de la roca una fuente de borboteante vida, también se sembraron semillas de peligro. Mientras las aguas esparcían su humedad fertilizante, se filtraban también por fisuras tenebrosas y goteaban hasta cavernas secretas y ardientes que se entrelazan en las raíces de los montes.
Allí, en esas cámaras del abismo, la carga vital de esas aguas sagradas se gastó por vez primera en criar algo viviente. Así nació entre fuegos y tinieblas el Dragón. Su difícil nacimiento le dejó huellas indelebles, y nunca hubo después otra creatura dotada en tal medida de tanta astucia y fuerza.
El primer dragón fue Yaldabaoth (aunque también se lo llama Tliamat, y de muchos otros modos). De horrible constitución, con ojos penetrantes y sin párpados, lo primero que contempló su mirada impávida fue la propia imagen en las aguas oscuras. Adoró la visión, y una secreta complacencia en esa imagen de sí le ha consumido el corazón desde esos tiempos.
Y el Dragón creció enorme y generó a otros como él: Nagamat y Kaliyat y Orkus, Tarasque y Serpens, y muchos otros. Si bien los dragones tienen muchas formas y tamaños, todos son rápidos de mente y tienen sed de saber. Mientras el Unicornio intenta adivinar los secretos de la creación para mejor conocer al Creador, el Dragón desea lo mismo, pero al fin de dominar el mundo y de este modo derrotar a la muerte.
El Dragón odia con fuerza al Unicornio por su primacía, pues no se creó a sí mismo sino que le debe a otro su ser. Así pues, lo ha perseguido siempre con la intención de devorarlo y dejar de ser el que llegó después y convertirse en el Más Viejo de todas las Cosas.
Pero el Unicornio controla todos los dominios de este mundo, y tanto en la sombra como en la luz más tenue debe enfrentar al Gusano. No existe creatura que supere al Unicornio en velocidad o coraje, pero es vasto y sutil el saber de los dragones. Pueden moldear su mente y adecuarla, e incitarlo a penetrar los laberintos de la propia; en ellos el Unicornio vacila en la creencia que intelecto tal no puede carecer de redención alguna. Así entonces, de modo imperceptible y paso a paso cae en un debate interminable y los dragones le vacían de su fuerza y de su luz. En esas galerías tenebrosas se acerca su condena; sólo cuando pisa por senderos mentales que violan extremosamente su naturaleza advierte la desolación del sitio a que ha llegado.
Debe entonces el Unicornio atravesar un sendero muy estrecho. Le espera el odio, o bien la desesperación más fría. Uno y otra implican su derrota: sucumbir al odio sería hacerse del instrumento enemigo y perecer en su fuego. Pero si huye, vacío y desesperanzado, será entonces vencido, será destruido y perecerá.
Inmerso en confusión, sabe entonces el Unicornio por primera vez del toque frío del terror de los hombres mortales; el único terror que alguna vez conocerá. Si actúa con rapidez puede aún cantar victoria. Con sagacidad, con el más alto amor, nos debe despertar de un sueño, destrozar al Dragón, sin vacilar, con su Cuerno Espiralado.